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Un revés a un Perú todavía hostil a la inclusión

Lima, 20 abr (EFE).- Su silla de ruedas se desliza con brío por la cancha, en milisegundos gira 360 grados, rema con una mano y empuña la raqueta con la otra. Pareciera que lo adquirió de niña, pero no fue hasta que cumplió 32 años que la paratenista peruana María Lourdes Castillo, campeona nacional desde 2001, incursionó en el deporte blanco para dar un revés a su país, todavía hostil a la inclusión. Castillo tenía tan solo tres años cuando le amputaron la pierna izquierda y el sueño de llegar a ser algún día como la tenista peruana-argentina Laura Arraya. Lo guardó durante décadas en su almohada hasta que descubrió que existía el deporte adaptado, relata a Efe la mujer, que, con 52 primaveras, ya suma una larga lista de títulos en el tenis en silla de ruedas, con el que llegó a entrar en el top 100 mundial. «A los 30, una persona convencional termina su carrera y yo recién empezaba y mira todo lo que he dado y todo lo que pienso dar», declara a Efe la paratleta, de cerca de 1,50 metros de altura, brazos fornidos, tez blanca y ojos negros que delatan su fervoroso deseo de clasificar a los Juegos Parapanamericanos de 2023 en Chile y seguir dando medallas al Perú. Castillo no escatima y sortea a diario los obstáculos de la discriminación, la exclusión y «los pocos recursos que existen» para la práctica de su disciplina, que durante años, dice, fue concebida como un «deporte de fin de semana, algo recreativo, terapéutico». Convencida de la necesidad de desenredar ese espiral de estorbos, se convirtió en activista y promotora del deporte inclusivo en su país y se unió al entrenador y juez de «para powerlifting» Juan Miguel Rojas. En marzo de 2021, crearon «Kallpa con actitud», una asociación que hoy integran cuatro tenistas en sillas de ruedas y 16 atletas de levantamiento de potencia adaptado. LEVANTAR PESAS Y ÁNIMOS Una de ellas es Rosa Espinosa, una mujer soltera de 51 años que hoy es la peruana más fuerte en para powerlifting. Con solo tres años en esta disciplina, levanta 80 kilos y recientemente logró la marca mínima para representar a su país en Estados Unidos en el que será su debut en una competencia internacional. Espinosa tenía 30 años cuando le diagnosticaron un cáncer en la rótula de su pierna derecha, que hoy luce ortopédica, y, según cuenta a Efe, en el levantamiento de potencia adaptado encontró su «pasión y las ganas de seguir adelante». «Soy una mujer guerrera, muy ‘luchona’ y no me dejo vencer tan fácil», asegura desde el tercer piso de un gimnasio sin ascensor del distrito limeño de Los Olivos, donde entrena todos los días. Siempre llega de primera y, por unas dos horas y media, se brinda a las instrucciones de Rojas, el «profe», quien con orgullo relata que, en poco más de un año, «Kallpa con Actitud» se expandió en otros puntos del Perú, como en la norteña región de Piura. Allí entrena el diez veces campeón nacional de powerlifting Julio César Berrocal, quien desde febrero del año pasado tuvo que adaptar su deporte en paralímpico, tras sufrir una amputación de pierna por una «negligencia médica», según explica a Efe. Berrocal no lleva prótesis porque le cuesta 8.000 soles (2.160 dólares) y no los tiene. La de su compañera Kelly Zembrano, al ser de desarticulación de cadera, es aún más cara y sube a 47.000 (unos 12.700 dólares), detalla a Efe la mujer, quien trabaja en un centro comercial de Lima donde, asevera, «no tiene accesibilidad». UNA LIMA INACCESIBLE «Nuestra sociedad, Lima, es inaccesible (…), nos ignora por completo», coincide Castillo, quien normalmente recorre a pie las calles de la ciudad, pero cuando el dolor de la prótesis ya es insoportable se desplaza con su silla de ruedas. «¿Cuántos ómnibus adaptados has visto? Cero. Y el Metropolitano (bus por carril exclusivo), en hora punta, nadie te va a dejar entrar», se lamenta la paratenista, quien agrega que «una persona usuaria de silla está luchando contra una sociedad que le niega ese proceso (de transporte)». Para la ingeniera civil de «Safe City» Adriana Bustillos, el transporte público es, sin duda, el talón de Aquiles de la capital peruana en materia de inclusión, una barrera que, de facto, limita el derecho de las personas con discapacidad física a ejercer libremente su ciudadanía. «La cadena de la accesibilidad la estamos rompiendo en el primer eslabón», declara a Efe la experta, tras mencionar la diferencia abismal entre los barrios más acomodados y humildes de la capital. Según Bustillos, a pesar de que Perú fue pionero en América Latina en la legislación sobre accesibilidad y a pesar también de la ordenanza publicada en 2020 para fomentar la inclusión de las personas con discapacidad en Lima, el país andino ha «quedado un poco atrás» en comparación con otras naciones latinoamericanas. La ingeniera opina que poco o nada ha cambiado desde 2012, cuando la primera encuesta nacional del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) reveló que el 60 % de los peruanos con discapacidad enfrenta dificultades para movilizarse en espacios públicos, un porcentaje que, claro, sube como la espuma en las zonas rurales del país. Carla Samon Ros (c) Agencia EFE

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